Prairie Lights [iowa city]

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Hugh Ferrer
traducción de Federico Falco

Ahora, por tan sólo 140 dólares, cualquiera puede tener su pequeña librería propia, porque eso es esencialmente un e-book reader: una combinación de librería y tienda exclusiva, casi una boutique, con una amplia selección de títulos y un depósito centralizado: la lejana sucursal de una cadena de franquicias con gastos mínimos, del tamaño ideal para caber en la palma de una mano, atendida por un único empleado, quien al mismo tiempo es el dueño y el único cliente. Y, a despecho de la opinión heredada, el éxito de estos aparatos portátiles sugiere que existen ejércitos de personas que siempre quisieron trabajar de libreros pero nunca antes habían tenido la oportunidad.

Mientras tanto, hermosas librerías independientes como Prairie Lights (fundada en 1978) se han convertido en símbolos inusitados. En tanto librerías, resisten la desagradable apoteosis de “la cultura del libro” evaporada en la nube. En tanto “independientes”, son víctimas de la última embestida de las grandes corporaciones contra los “negocios locales”, ésos que son el alma de la calle principal de cada pueblo o ciudad y a los que los grandes shoppings centers y, ahora, las tiendas virtuales, han devastado implacablemente como un tifón.

Pero cuando empiezo a pensar de esta manera, sólo puedo terminar en un lugar.

Un sistema de luces suavemente brillantes, alertas y sin sombras organiza el alto cielorraso de la planta baja, y el espacio, que a primera vista parece amplio y despejado, te conduce hacia dentro, devorándote de tal manera que los sillones desperdigados por allí parecen maravillosamente aislados. Como todas las librerías magníficas, Prairie Lights se siente segura y acogedora. Hay un montón de secciones a las que nunca les presto atención (es saludable sentirse limitado, y también inevitable, dado los 40.000 títulos que la librería ofrece). Una escalera se eleva hacia la luz natural del primer piso, donde resuena un café y donde casi cada noche las estanterías se deslizan hacia los costados para hacer espacio a las lecturas. Hace poco, una tarde de domingo, una multitud de jóvenes y no tan jóvenes se acercaron a la lectura del último ganador del premio Pulitzer de ficción, el lugar estaba atestado. Al final, me pareció que absolutamente todos los asistentes hacían cola para conseguir su ejemplar autografiado.

En momentos así, y no solo durante un mal día en la oficina, me pregunto por qué, hace quince años, cuando llegué a Iowa City, no pedí trabajo en esa librería. No me molestaría tener que desempacar y etiquetar y clasificar por secciones y ordenar alfabéticamente las novedades, o aprender el arte de comprar libros según el catálogo de una editorial. Cuando camino por las estanterías, mi mano, por sí misma, se encarga de alinear el lomo de un libro demasiado hundido. He concluido que las oportunidades para la furtiva puesta en fila son escasas, porque las estanterías tienden a estar inmaculadas, reflejando la amorosa atención que se les rinde. Y es por eso que no puedo más que sospechar que, además de la gente que trabaja en el local, hay más manos a cargo de la tarea, que unos cuantos, sino la gran mayoría de los clientes están, como yo, trabajando continuamente allí en espíritu; y que por eso Prairie Lights se siente la librería de todos.

 * *

 15 South Dubuque Street – Iowa City, Iowa

 

FerrerHugh Ferrer es Director Asociado del International Writing Program, editor de la Iowa Review, profesor en la Universidad de Iowa y del Iowa Summer Writing Program. Tuvo su primer contacto con la literatura latinoamericana gracias a la biblioteca de su padre, repleta de las ediciones de bolsillo de los libros de Gabriel García Márquez publicados por Avon Bard en los años setenta. Más tarde, en la universidad, sus lecturas de literatura universal lo llevaron a sumergirse en Borges y Machado de Assis, entre otros. Y ahora, en el International Writing Program, tiene la oportunidad de conocer y trabajar regularmente con decenas de los mejores escritores de Sudamérica y Centroamérica, incluyendo muchos de Buenos Aires y Argentina, como Martín Rejtman, Guillermo Martínez, Leopoldo Brizuela, Carlos Gamerro, Román Antopolsky, Pola Oloixarac, María Cristoff y Federico Falco. Dos autores centroamericanos cuyos trabajos en traducción ha disfrutado este último año son Horacio Castellanos Moya, de El Salvador, y el guatemalteco Eduardo Halfon.
FalcoFederico Falco nació en General Cabrera, un pequeño pueblo de la provincia de Córdoba, Argentina. Publicó tres libros de cuentos, uno de poesía y una novela breve. Es Master in Fine Arts en Escritura Creativa en Español por la Universidad de Nueva York y participó del International Writing Program de la Universidad de Iowa. La revista Granta lo eligió como uno de los mejores escritores en español menores de 35 años. En la actualidad vive en Buenos Aires, donde coordina el taller de producción de cuentos en la Fundación Tomás Eloy Martínez. Una y otra vez relee a Flannery O'Connor, John Cheever y Steven Millhauser. Hace poco descubrió y se fascinó con los cuentos de Mavis Gallant y Lydia Davis.


Publicado el 30 de agosto de 2013 en Shelf Love.



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