Sobre traducir una traducción
Adam Z. Levy
traducción de Lucas Mertehikian
En todas las teorías de la traducción que uno repudia o conserva pegadas sobre la cama quedan sin responder ciertas preguntas viscerales, no científicas, como: ¿fui demasiado lejos? ¿O no fui lo suficientemente lejos? Durante el año que pasé traduciendo la primera novela del escritor húngaro Gábor Schein, El libro de Mordechai, a menudo me acerqué a mi autor con preguntas así. Nos encontrábamos los viernes a la noche para tomar limonadas efervescentes en un café al aire libre, en el barrio de Budapest donde los dos vivíamos. Si es posible condensar el valor de un año entero de reuniones en una sola frase, sería más adecuado llamarlos interrogatorios áridos: yo señalaba ciertas zonas de mi propio texto y del original y le preguntaba si había entendido o no las implicancias de esta palabra o de aquella frase. Uno de los privilegios de trabajar con un autor vivo es que podés preguntarle hasta las cosas más triviales
Schein, cuya segunda novela, ¡Lazarus!, fue traducida por Otillie Mulzet para la editorial Triton en 2010, despliega su inventiva formal en el Libro de Mordechai: es una reescritura del bíblico Libro de Ester, entretejida con la historia de tres generaciones de una familia húngara del siglo XX. La narración varía en tiempo y espacio de párrafo a párrafo, y está repleta de anécdotas, reminiscencias familiares, fuentes documentales y fragmentos metanarrativos sobre traducción que desafían todo intento simple de clasificación. Es tanto un libro sobre la difícil historia de un país (y de una familia) como sobre los límites del lenguaje a la hora de preservar su memoria.
En el centro de la novela (aunque en muchos sentidos tiene más de uno) se encuentra un niño llamado P., que se pasa el verano aprendiendo a leer y escribir bajo la supervisión de su abuela. El texto que su abuela lo hacer leer es el Libro de Ester. Saca a relucir una vieja edición amarillenta que perteneció a su madre, traducida a principios del siglo XX por Leopoldo Blumenfeld, un rabino del pueblo donde se crió la abuela de P. (La traducción de Blumenfeld es un invento de Schein, basado en una edición del Libro de Ester que Schein me mostró en uno de nuestros encuentros; los créditos de la traducción pertenecen al muy real Mór Schwarz). La traducción de Blumenfeld, la que se presenta en el Libro de Mordechai, plantea la cuestión de dónde trazamos la línea que separa traducción de interpretación: el lector sabe desde el comienzo que “en algunos momentos, él cambió el texto” –en un caso, “adaptando las letras del texto hebreo de una oración sin dudas difícil de entender, de manera tal que, alejándose del original, a saber, insertando una letra, se obtenía una lectura sorprendente, pero aparentemente correcta”.
Para Blumenfeld, la manipulación del texto es, de hecho, un intento por estabilizarlo: su versión alterada avanza–tomando prestada la frase de Péter Pázmány, de tres siglos antes– “con fluidez, como si hubiese sido escrita en primer lugar por un húngaro, en húngaro”. Algo similar ocurre cuando Blumenfeld reemplaza la estaca sobre la cual Haman desea empalar a su rival Mordechai por un árbol, para que sea colgado. Blumenfeld va un paso más allá, modificando la unidad de medida del texto –codos por anas–, duplicando así la altura del árbol. Con las nuevas medidas, se nos dice, un ahorcamiento habría sido imposible. Se toma un cuento que ya estaba orientado hacia la fábula y se lo lleva desde la exageración hacia el absurdo, dado que, de todas maneras, el ahorcamiento ocurre. En la visión del libro de Schein, es necesario que así sea: una traducción no puede ir por delante de la sombra de su fuente.
La traducción de Blumenfeld del Libro de Ester plantea, asimismo, problemas más sutiles. Hay muchas otras modificaciones a la traducción de Schwarz que Blumenfeld (o Schein) revela. Se omiten o reemplazan palabras por equivalentes más modernos; se amplifica o apaga el tono de líneas enteras, provocando que su traductor navegue, más que entre dos, entre cuatro textos. Por ejemplo:
En la traducción al inglés de la Biblia hebrea que yo usé, una sección del Libro de Ester dice: “Tiempo después, cuando el enojo del Rey Asuero se aplacó, pensó en Vasti y en lo que había hecho y en lo que se había decretado contra ella. Los sirvientes del rey que lo atendían dijeron: ‘Permita que le busquemos jóvenes vírgenes y hermosas, Su Majestad’”.
La traducción de Blumenfeld dice: “Cuando el enojo del Rey Asuero se aplacó, pensó en Vasti. Se acordó de lo afable que eran sus caricias, de lo afable que era su voz. Pero los sirvientes del rey dijeron: ‘Permita que le busquemos vírgenes hermosas, Su Majestad’”. Lo más notable es la inserción por parte de Blumenfeld de la segunda oración: “Se acordó de lo afable que eran sus caricias, de lo afable que era su voz”. Reemplaza lo jurídico por lo sentimental, concediéndole al rey bufonesco un momento de introspección nostálgica que no está presente en el original: reconoce aquello que ha perdido y que no podrá hacer regresar. Como resultado, también el tono ha cambiado: la frase “los sirvientes del rey que lo atendían” es reemplazada por la más coloquial “los sirvientes del rey”.
Para dar con el registro de la traducción de Blumenfeld intenté alisar los bordes puramente bíblicos del Libro de Ester, preservando, al mismo tiempo, la integridad de su forma. En la mayoría de los casos, las modificaciones dentro de la metanarrativa de la traducción pretenden pasar desapercibidas. Los cambios no deberían quedar expuestos a la luz del original; deberían permanecer ocultos en el texto. Y aún así, en cada sección del libro, el armazón intertextual, el permanente deshacerse y rehacerse del lenguaje, se muestra apenas lo suficiente como para que el lector pueda ver cómo Schein construye el eje sobre el cual la novela gira. En cada iteración, la pregunta emerge: ¿cuál es el lenguaje necesario para las historias que legamos?
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Imagen: Alejandra Seeber, “Consider not understanding,” cortesía de miau miau
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