Los cielos de Brasilia: entrevista a João Almino
Jonathan Blitzer
traducción de Laura Cecilia Nicolás
Jonathan Blitzer: Sos originario del norte de Brasil (Mossoró), pero tus novelas te traen al corazón geográfico del país: Brasilia. ¿Cómo fue exactamente que terminaste ahí?
João Almino: No quería volver a la literatura regionalista del noreste que tanto admiraba, y quería tomar como punto de partida la literatura brasilera dominante de aquel entonces. Brasilia representaba lo nuevo; era, de alguna forma, un espacio vacío sin ninguna tradición literaria, y justamente por eso me dio más libertad de crear. Yo conocía la ciudad porque había vivido allí algunos meses en 1970 y también después, en tres oportunidades. Además debería agregar que era sencillo traer el noreste a Brasilia, una ciudad de inmigrantes.
JB: ¿Qué es lo que más te interesa de Brasilia?
JA: Antes que nada, la ciudad como símbolo o como mito que, en tanto proyecto, acompañó toda la historia del Brasil independiente. También la ciudad como metáfora del mundo moderno, con sus promesas y sus frustraciones. La tensión entre el proyecto futurista, la utopía y el caos urbano actual. El contraste entre los elementos racionales del proyecto (aún visibles en el denominado “plan piloto”) y los desarrollos espontáneos e irracionales que lo rodean en las ciudades satélites y en las comunidades místicas. Además, la ciudad como intersección de varios Brasiles, y su naturaleza transcultural, a través de la que puedo ver el país como un todo.
JB: ¿Tenés algún recuerdo en particular del crecimiento de Brasilia? Eras solo un chico cuando la ciudad estaba en vías de desarrollo… Y aun así, me imagino que de alguna forma debés haber sentido su renovación…
JA: No vivía en Brasilia en aquel entonces, pero tengo recuerdos de la ciudad en mi infancia, por los diarios y las revistas, de historias que escuchaba de familiares que habían estado allí durante su construcción e, incluso, por haber seguido en la radio todos los eventos de su inauguración. La construcción de Brasilia llamaba la atención no solamente de los brasileros de todas las regiones, sino también de extranjeros que quedaban fascinados con la solidez del proyecto.
JB: ¿Cuando te dispusiste a escribir Idéias para onde passar o fim do mundo [Ideas acerca de dónde pasar el fin del mundo], te imaginabas que a esta novela iban a seguirle otras cinco sobre Brasilia?
JA: En esa primera novela, cada capítulo tiene un personaje principal. Al principio, pensaba que cada uno de esos personajes merecía una novela para él o para ella solos. Si bien algunos de estos personajes aparecieron en libros posteriores, ya cuando escribí mi segunda novela estaba claro para mí que no todos ellos requerían un mayor desarrollo. Algunas veces, personajes menores prevalecían, y seguían llegando personajes nuevos.
JB: En Las cinco estaciones del amor, un personaje dice: “Mi juventud está perdida. La Brasilia de mi sueño del futuro está muerta. Me reconozco en las fachadas de sus edificios prematuramente viejos”. Esta novela, y la que vino después de ella, O livro das emoções [El libro de las emociones], son libros nostálgicos, incluso melancólicos. Pero estos sentimientos también eran proporcionales a un sentido de posibilidad y a una creencia en la regeneración. Esta nostalgia no parece estar tan anclada en el pasado como enlazada al futuro. En el caso de Ana, sus lamentos sobre el pasado son casi menos punzantes que el hecho de sentir cómo “su sueño del futuro” va desvaneciéndose.
JA: Un aspecto interesante de Brasilia es que representa lo moderno que ya puede ser visto como lo pasado. Allí, las ruinas de lo moderno están presentes. Brasilia radicaliza un rasgo de Brasil en sí mismo, siendo una ciudad del futuro que todavía carece de pasado, por decirlo de algún modo. Hay poca memoria y mucha esperanza. Pero por supuesto, la realidad puede demostrar que lo nuevo tiene su historia, su memoria; nada puede crearse desde cero, y la utopía en lugar de significar un futuro siempre inalcanzable puede redefinirse como una forma de reorganizar el presente. En Las cinco estaciones del amor, Ana intenta olvidar para poder renacer. Yendo en la dirección contraria, en O livro das emoções, Cadu intenta volver a vivir a través de la memoria. En un sentido, ambos son intentos fallidos, pero tienen resultados significativos. Tanto el acto de tratar de borrar el pasado, como el de tratar de recuperarlo, dejan sus propias huellas, creando una nueva realidad: las historias que realmente importan.
JB: El pensamiento de Ana me recuerda una frase del novelista argentino Juan José Saer en un libro llamado El entenado. Un hombre viejo mira retrospectivamente su vida, y en un momento dice: “Y si ahora que soy un viejo paso mis días en las ciudades, es porque en ellas la vida es horizontal, porque las ciudades disimulan el cielo”. La Brasilia de tus libros podría ser lo contrario. Mientras la ciudad crece hacia arriba, Ana siente que su vida se vuelve más horizontal, incluso un poco estancada.
JA: Brasilia, que parece ser solamente cielo, puede ser redescubierta mediante vidas reales y drama real. En la medida en que Ana observe más de cerca sus alrededores, se topará con dimensiones inesperadas de su vida, que la sacarán de la inercia en la que se encontraba sumida.
JB: Después tenemos a Cadu, de O livro das emoções. Él es fotógrafo de profesión, filántropo y bon vivant, que vive sus últimos años solo y ciego. Y aun así es allí donde empieza su historia. Evoca a alguien como el Brás Cubas de Machado de Assis: el brillo del final, el autoconsciente rompecabezas de la memoria. ¿Cuán presente estaba Machado de Assis mientras escribías esta novela? Borges también está siempre presente. ¿Podrías contarnos de dónde sacaste tu inspiración para esta novela?
JA: Cadu es fotógrafo en mi primera novela. Luego de haber publicado la tercera, Las cinco estaciones del amor, en donde el narrador, en primera persona, es una mujer que tuvo una historia de amor con Cadu, pensé que había llegado el momento de escribir una novela desde su perspectiva. Pensé en un álbum de fotos con un significado especial para el personaje, y cuya descripción en sí misma pudiera constituir una trama. Hacer de Cadu un hombre ciego que recrea sus fotografías de memoria lo convertiría en el tipo de narrador que necesitaba para transmitir al lector esas imágenes sirviéndose exclusivamente de palabras. También agregué un plano de reflexión sobre la fotografía. Mucho tiempo atrás, tenía la idea de escribir un ensayo sobre fotografía, que finalmente nunca escribí. De esta forma, había fragmentos de este posible ensayo diseminados en algunos de los pensamientos y observaciones de Cadu. En cuanto a Machado y Borges, no intento imitarlos, pero estoy de acuerdo en que un poco de inspiración para algunos aspectos o pasajes de esta novela puede haber provenido de ellos. Borges, después de todo, fue ciego, y la perspectiva de un hombre viejo tomando distancia de sí mismo para poder observar mejor su propio pasado es algo que está presente en sus cuentos. Cadu puede ser visto como un Brás Cubas, pero la estructura del libro, en forma de diario, puede compararse más con Memorial de Aires, la última novela de Machado, tal como afirmó un crítico brasilero.
JB: ¿Cuándo empezaste a trabajar en O livro das emoções en un sentido mecánico? Básicamente, el libro es una articulación de dos diarios separados escritos por Cadu en dos momentos diferentes de su vida. ¿Cuán enlazadas estaban estas historias cuando empezaste?
JA: El diario hace referencia a la descripción y comentarios sobre las fotografías del llamado “Libro de las emociones”, una especie de álbum sentimental. Así que tuve que articular el diario y el álbum juntos. Las fotos fueron tomadas hace muchos años, pero lo que el lector lee es lo que hay en la mente del narrador al recordar cada una de ellas. Mientras el narrador compone con fotografías este libro acerca de su pasado, vive su cotidianeidad, que es lo que describe el diario.
JB: ¿Cuál era el “tiempo presente” con el que estabas operando al momento de retroceder y avanzar entre esos dos momentos de la vida de Cadu?
JA: Siempre estoy tratando con el presente. El imaginario futuro con el que el fotógrafo observa su pasado y compone su diario sirve al propósito de hacer coincidir el pasado narrado con nuestro presente.
JB: ¿Cuáles fueron los autores que más te inspiraron?
JA: No sé si aprendí sus lecciones, pero los escritores brasileros que más admiro son Machado de Assis, Graciliano Ramos y Clarice Lispector. Además de ellos y para no extender mucho la lista debería mencionar a Borges, Proust y Dostoievsky.
JB: ¿Tu formación como filósofo constituye una identidad que mantenés separada de tu vida como novelista?
JA: Sí. Los procesos son muy diferentes y en mi caso no coincidieron en el tiempo. Aunque ya intentaba escribir ficción desde los comienzos, primero publiqué algunos ensayos filosóficos. Cuando empecé a publicar mis escritos ficcionales, abandoné la escritura de filosofía, con la excepción de unos pocos ensayos, aunque no completamente la lectura filosófica. Nunca traté de transferir mis investigaciones filosóficas a las novelas. No obstante, de manera indirecta, algo de mi formación filosófica puede haber inspirado ideas, algunas veces de manera irónica, en algunos de mis personajes. Por ejemplo, en Las cinco estaciones del amor, Ana desarrolla una “filosofía de la instantaneidad”. Esta filosofía es, respecto de algunos de los conceptos actuales de tiempo real, lo que la filosofía del humanismo propuesta por el personaje de Machado (Quincas Borba) fue a las ideas evolutivas del siglo XIX. Se sirve de algunas premisas válidas para llegar a algunas conclusiones absurdas. En el caso de la instantaneidad, el concepto en sí mismo necesita ser redefinido casi a cada instante.
JB: ¿Estás trabajando en algún proyecto ahora?
JA: Después de las novelas que mencionaste, publiqué Cidade Livre [Ciudad libre], y ahora estoy trabajando en otra novela. No me gusta hablar sobre el trabajo en proceso. Lo que puedo decir es que en esta novela mis personajes dejan Brasilia por un rato e incluso pasan un tiempo en España.
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Fragmento de Cidade Livre (Ciudad Libre) de João Almino, traducción de Aileen El-Kadi
Mi insomnio de hoy es la prolongación de aquellas horas cuando, en la oscuridad de la noche, oía ruidos de borrachos por la calle, los ladridos de mi perro Tufão, las araras que vivían en el fondo de la casa o algún búho solitario, y abría los ojos para el caleidoscopio de grises y negros que dibujaban monstruos en las paredes.
Para dar vida a la historia, bastaba transportarme a un día de mi infancia, imaginarme en medio a una avenida de la Ciudad Libre, y entonces vería a mis tías desfilando sus formas y morisquetas, Valdivino sentado en frente a una mesita transcribiendo cartas, papá conversando en la puerta de un bar, una niña de trenzas y ojos negros andando de bicicleta, Tufão siguiéndome, y vería el colorido de las tiendas, los edificios de madera, coches gorditos y negros estacionados en la banquina con sus ruedas exhibiendo círculos blancos, y entonces subiría un olor a gasolina, a aceite, a basureros y bosta de caballo, y aparecerían en pantalla grande y a colores historias de crímenes, pecados, desesperaciones y grandes futuros.
Miro hacia un día de mi infancia y veo tres personajes masculinos conversando en frente a nuestra casa, para donde tía Francisca acaba de traer algunas sillas, y ni siquiera necesito describirles la casa de madera y sin vereda igual a tantas otras que se ven en las fotografías de aquellos tiempos, frente a la cual, les iba diciendo, los tres personajes conversan conversaciones silenciosas, gesticulan frases, enuncian palabras que no oigo o, si oigo, no entiendo y, si entiendo, no me interesan, uno de ellos de rostro oval, blanco y bien afeitado, con alguna marca de disgusto, mirada aguda y jocosa, expresión de hombre exitoso, que acumuló experiencias por la vida. Tufão está sentado a su lado, oyendo las charlas con la oreja parada. Es papá.
El segundo, con las manos para atrás de las cuales cuelga un sobrero, tiene un cuerpo musculoso y bien moldeado, aire firme y franco en su rostro quemado por el sol, bigotes bien recortados, y quien lo mirase sentiría envidia de su apariencia feliz. Es Roberto, cuando aún no se sabía si sería novio de tía Francisca o de tía Matilde.
El tercero, de una simplicidad tosca, con un sombrero demasiado grande para su pequeña cabeza, es hablador, parece inteligente y es el único con espuelas en las botas, habiendo llegado montado en un burro, pero, si atrae mi atención, es por su fragilidad. Cuando saca las manos de los bolsillos, gesticula sin parar, se mueve para el frente y para atrás sobre sus piernas de cabrito y da la impresión de que saldrá volando si soplado por el viento. Los otros dos, cuando pasan por él, lo miran de arriba abajo. Por la descripción ustedes ya habrán adivinado: es Valdivino.
¿Qué nostalgia es esa que sentimos de una felicidad inventada por el recuerdo? No, no es de hoy mi desconfianza ni mi duda, que estaban ya ahí desde mis tiempos de niño, pero tuve que esperar varios años para percibirlas. Mis deseos cambiaron, mis aspiraciones son otras, fui exitoso antes de perder casi todo, pero las horas pasan de la misma forma en otros relojes, y el sol, delante de las construcciones que llenaron el paisaje, pinta con los mismos colores la mañana e igualmente los esconde en el crepúsculo. Usted, mi único y fiel seguidor del blog, tiene razón, ¿por qué revolver en lo que está quieto y olvidado?
En aquella primera noche en la que reencontré a papá para quitarme mis dudas, él negó el asesinato de Valdivino, era delicado para mí resucitar la antigua sospecha, y era mejor, me dijo, creer en la versión de la profetisa del Jardim da Salvação, Íris Quelemém, que Valdivino no se había muerto y que tal vez no se muriera nunca, fuera siempre un insomne y un sonámbulo, aún andaba suelto, caminando día y noche por la floresta, en busca de Z, la ciudad perdida. Deja eso, João, son aguas pasadas.
A veces, cuando me quedaba ensimismado en mis devaneos, me invadía la memoria nuestra vida en la Ciudad Libre, hecha de lugares y escenas, así como de historias de papá, de mis tías y de otros personajes a nuestra vuelta –entre ellos, principalmente Valdivino–, las cosas, los hechos y personas de mi infancia exhibidos como en una enorme fotografía de familia o como en un tablero distante donde la variedad ya se había deshecho en la uniformidad impuesta por el tiempo. Solamente papá podía, por primera vez, reorganizar las piezas de aquel tablero y retirar de la inmovilidad mi memoria. Es que él no está muerto, nadie lo mató, me contestaba papá, está viajando o apenas durmiendo, como dijo Íris.
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