Las enseñanzas de Tour13
Caitlin Bruce
Tour Trece es un antiguo edificio de HLM (Habitation à Loyer Modéré en francés o vivienda de renta controlada) que fue convertido en un espacio de arte de 360 grados, cubierto desde el piso hasta el techo con graffitis e instalaciones de arte urbano. Más de 100 artistas de más de 15 países fueron invitados para crear obras específicas para el lugar que transformaron el emprendimiento habitacional de un espacio para vivienda en un espacio artístico. El proyecto – una colaboración secreta de seis meses entre el director de la Galerie Itinerrance, Mehdi Ben Cheikh, la municipalidad del distrito XIII y el dueño del edificio IFC Habitat la Sabilière – explora, entre otras cosas, la relación entre lo efímero y el espacio urbano.
El edificio de nueve pisos, una de las muchas estructuras de estilo modernista que surgieron durante la segunda etapa de renovación urbana en Francia durante los años 60 y 70 (posteriores a las prácticas de renovación iniciadas por Barón Hausmann), fue, incialmente, una respuesta a la necesidad de alojamiento para las poblaciones marginadas económicamente. En gran parte construidas en la periferia de la propia París, las viviendas de renta controlada se han convertido desde entonces y a través del diseño modernista en un tropo visual de inestablidad, amenaza, segregación y el fracaso para conseguir estabilidad social. Tour Trece surge, entonces, de un ambiente complejo en el que la vivienda subsidiada por el estado se alinea con la creación artística también estatalmente subsidiada. En Francia, a diferencia de los Estados Unidos, el gobierno apoya fuertemente a las artes, permitiendo un alto grado de experimentación y desarrollos transformativos dado que los realizadores no estan (tan) atados a un modelo productivo.
Ben Cheiikh imaginó el proyecto como una manera de escenificar lo efímero que caracteriza al arte urbano como forma y de crear una experiencia estética que fuera libre, abierta al público e imposible de vender. En consecuencia, el edificio estuvo abierto por solo un mes, desde el 1° de octubre al 31 de octubre de 2013. El sitio web de Tour13, creado en colaboración con Lallier, diseñador web y director de cine, ofrecía un tour virtual por el edificio, repleto de entrevistas con los artistas participantes. El sitio web existió solamente por 10 días luego del cierre del edificio, y podía sólo ser “guardado” por los visitantes haciendo click en el contenido de la web, pixel por pixel. Cualquier contenido sin guardar desaparecería luego del 10 de noviembre. Sugiriendo un modo alternativo de ciudadanía urbana, menos adquisitiva y más inquisitiva, el proyecto nos concientiza acerca de la pluralidad de mundos creados constantemente a simple vista y desapercibidos por la producción urbana más oficial.
Visitando Tour Trece: Paciencia y Urgencia
Para visitar Tour Trece, situado a un cuarto de kilómetro al oeste de la biblioteca François Mitterand, uno tenía que enfrentarse a una fila de personas que rodeaban una manzana entera. Dado que el edificio estaba programado para ser destruido y no en tan buenas condiciones como en sus inicios, había un límite de entrada de 49 personas, lo que quería decir que los guardias tenían que instituir la política del “sale uno, entra uno”. Pragmáticamente, esto significaba que si uno se aseguraba un lugar a 50 metros de la entrada, enfrentaría una espera mínima de 4 horas.
La espera en la fila ponía a prueba la paciencia, pero también era una singular experiencia de camaradería y entusiasmo. Yo misma traté de entrar al edificio tres veces, primero esperando por dos horas, luego cuatro, y luego siete y media. El tercer día había aprendido qué hacer: llegué al lugar tres horas antes de la plena luz del día, había preparado tres comidas, una bufanda extra y un gorro, y un libro gordo para leer. No hubo ningún movimiento durante las varias horas antes de que las puertas se abrieran, así que la gente tomaba asiento en el pavimento, o en pequeñas sillas plegables, y cerraban sus ojos, escuchaban música, leían o tomaban el desayuno en silencio. Cierta expansión ocurrió cuando llegaron los amigos de los tempraneros, pero parecía haber un entendimiento de que el lugar de la gente fiel que había dedicado la madrugada a la fila debía ser respetado.
Por sobre todo, sin embargo, estaba la excitación de ver a los visitantes salir del edificio. Radiantes, riendo, aturdidos, repetidas voces de aliento eran dirigidas a aquellos aún en la fila. “Es simplemente… wow!”.“Increíble”. Y apoyo más directo: “¡Buena suerte!”. Luego de siete horas rodeada por las mismas cuatro o seis personas, se desarrolló un sentimiento de communitas: compartimos sonrisas conspirativas y asentimientos mientras la línea avanzaba y, más tarde, intercambiamos miradas de reconocimiento dentro del edificio mismo.
Me detengo en la experiencia afectiva de esperar porque eso remarcó la temporalidad, y la singularidad, de la exhibición: si uno no la veía en ese momento, luego se iría para siempre. Esta experiencia puede ser entendida como una forma de lo que Greg Siegworth y Melissa Gregg describen como “pedagogía sensorial” – enseñar al público a estar más en armonía con prácticas a través de un énfasis en experiencias de los sentidos. En el caso de Tour 13, la experiencia de esperar infundía en el visitante una aguda conciencia de los pequeños cambios en los alrededores a medida que uno avanzaba hacia adelante, centímetro a centímetro, hora a hora. Una vez adentro, una variedad de reapropiaciones tridimensionales del espacio doméstico habilitaba al observador a ver paredes derruidas, baños destripados, y cocinas vacías como potenciales escenas de creatividad. La naturaleza fugaz de la exhibición era articulada de maneras diferentes en las obras mismas, en las que el tema centrar era la relación entre brevedad temporal y creación y destrucción, como asuntos tanto de contenido como de forma.
Experimentando Tour13: Internacionalismo, Fragilidad y Memoria
El edificio estaba organizado en líneas generales alrededor de afiliaciones nacionales y regionales. Cada piso contenía el trabajo de artistas de dos o tres naciones colindantes y estaban conectados gráficamente por graffiti que corrían arriba y abajo de las escaleras y pasillos. Debido a la limitada cantidad de personas permitida en el edificio, la experiencia visual estaba menos concurrida que lo que uno podía haber esperado. Ese tipo de intimidad también transmitía la experiencia de ser un explorador (exploración urbana, o urbex es un pasatiempo popular en Europa para los aficionados al street art).
Al entrar al primer piso, uno es confrontado por un mapa de Siria en el piso, hecho de pan tipo pita, sobre el que se cierne un grupo de bombas en forma de latas pintadas de verde militar con pequeñas alas pegadas.
El juego de palabras metafórico es crítico. El hacer graffiti también es llamado “bombardear”, una palabra usada para connotar la agresiva recuperación de espacios urbanos que promulgan ciertos artistas.
“Je ne Regrette Rien”, un homenaje a la cantante Édith Piaf del artista portugués Mario Belem, puede ser leido como un manifesto para los artistas urbanos y del graffiti que producen en la calle con el agudo conocimiento de que su trabajo puede no persistir por más de un par de días, o hasta horas. “No me arrepiento de nada”, declara la pieza, haciendo un gesto al hecho de que los muchos meses de producción, todos los cuales van a ser reducidos a escombros en 2014, son aún significativos.
Los conejos volando/corriendo de Pantonio, que también cruzaban a través del exterior de la torre, creando un tejido conectivo entre el interior y el exterior, fueron uno de mis elementos favoritos del proyecto. El movimiento fluido era cautivante, y parecía apropiado dada la escena de destrucción (tablas del piso arrancadas) alrededor de las criaturas, también apuntando a algo más siniestro: los conejos huyen. Del peligro, de la inminente destrucción, tal vez de los patrones de renovación urbana y revitalización que desarraigan y hacen a un lado a los mismos residentes que solían habitar Tour 13 y sus estructuras circundantes.
Pantonio, Portugal. Foto: Caitlin Bruce |
Una estética de la destrucción representada en muchos de los apartamentos. Electrodomésticos rellenos de desperdicios, latas pintadas o gomaespuma, y pisos removidos enteramente o reducidos a polvo implicaban eliminación inmanente. La habitación de Katre, que estaba cubierta con imágenes fotográficas de arquitectura, líneas extendiéndose desde las imágenes a través del cielorraso, y una mesa de desayuno cubierta con una radio, vidrios y platos y rodeada de escombros refería a la vida interrumpida. La radio sugiere algo de la estética de escombros del cine de posguerra de Alemania del Este, pero también el daño que continúa proliferando en el despertar de las codiciosas agendas neoliberales.
Katre, France. Foto: Caitlin Bruce. |
Lo efímero como espacio acechador y poseído fue encarnado por el artista tunecino Dabro. Sus figuras, apenas distinguibles del fondo, emergen de las paredes como suspiros fantasmales. Sugieren las historias borradas y memorias persistentes de los residentes del edificio, o sus propias memorias de su hogar, laminadas sobre el espacio de Tour13.
Dabro, Tunisia. Foto: Caitlin Bruce |
Inti Castro, de Chile, más lejos utiliza tropos de memoria, olvido y violencia. La entrada a la habitación principal tiene las palabras “Memorias” impresas en letra legible. Al entrar a la colorida habitación interna, se ve una pared violentamente perforada, pero los diseños de pintura no están perturbados. Incrustada en el agujero en la pared hay una fotografía de una niña pequeña. Por un lado parecida a un santuario, el portal dentado y el piso desnivelado también crean una sensación de incomodidad, una memoria no ejercitada lo suficiente.
Inti Castro, Chile. Foto: Caitlin Bruce |
Finalmente, en la pieza de Loiola (Brasil), somos ubicados en una íntima confrontación con figuras femeninas ansiosas. Uno nota “Don’t leave me in peace/alone.” (“No me dejes en paz/sola”). Elementos del departamento (cortinas, puertas, un radidador, bañera) recuerdan al observador de las vidas cotidianas silencionamente, o no tan silenciosamente, vividas en este edificio.
Loiola, Brazil. Foto: Caitlin Bruce. |
Distinciones entre impermanencia, memoria y olvido empiezan a surgir. Lo efímero, como lo atestigua el sitio web de Tour13, no tiene que necesariamente ser olvidado, simplemente no puede ser atado a una existencia física. Los olvidados y destruidos, sin embargo, son escritos enteros históricamente y físicamente, como testifican las obras de Inti Castro y Loiola.
La vida después de la muert de Tour13: Impermanencia como Resistencia a la Precariedad
En su reciente texto, Culture Class, Martha Rosler explora el nexo problemático entre artistas (que frecuentemente viven en contextos económicos de producción precarios, itinerantes en el sentido más fuerte de la palabra) y las clases gerenciales, trabajadores de cuello blanco de la industria de las tecnologías de la información, ingenieros, trabajadores intelectuales universiarios. De acuerdo con Richard Florida, estos dos grupos, a los que él se refiere como “la clase creativa”, están unidos en base a su afinidad por las tres “T”: tecnología, talento y tolerancia. Unión que Rosler sugiere es más que tenue. Pragmáticamente, ambos artistas y mienbros de las clases directivas aparentemente sobreviven gracias a trabajos basados en proyectos independientes. En la formulación de Florida, este tipo de disposición es el resultado de una especie de libertad para elegir el propio trabajo, habilitando a los “creativos” a mantenerse desenredados de obligaciones ampliadas y capaces de elegir nuevos esfuerzos, una especie de impermanencia del trabajo. De todas maneras, como nos recuerda Rosler, este tipo de combinación contiene las semillas de su propia muerte, si es que la economía laboral que mantiene el trabajo administrativo respalda al neoliberalismo, un plan que ha “creado un capitalismo que devora a sus jóvenes”.
Los eventos del movimiento Occupy de 2011 recordaron a los ciudadanos que el espacio debe ser compartido y radicalmente público, protestanfo en contra de la precariedad ampliamente extendida que es naturalizada por un modelo económico y social neoliberal. En Francia, donde altos números de desempleo y desaceleración económica revigorizaron debates acerca del lugar de un gobierno benefactor, esta relación entre “creativos” y neoliberalismo no es tan fuerte como lo es en los Estados Unidos. Sin embargo, en una ciudad aún caracterizada por un costo de vida astronómico que empuja a trabajadores, inmigrantes y muchos artistas a la periferia, condiciones de trabajo inestables (intermitencia, falta de beneficios, y la narrativa nostálgica del artista que lucha y debe mantener de uno a cuatro trabajos para financiar su arte) hacen que muchos artistas no puedan solventar vivir en las ciudades. Esta precariedad es a menudo romantizada por negocios, gobierno de la ciudad, y medios de comunicación como un emblema de la “clase creativa” que anuncia el futuro crecimiento que beneficiará a todos los ciudadanos, en vez de a un selecto grupo, restando importancia a los que no pueden sobrevivir.
Tour13 interviene afectiva y estéticamente en estos debates presentándose en una forma de pedagogía sensorial que sensibiliza a los observadores acerca de las distinticiones entre lo efímero y lo precacio, la memoria y el olvido. Enfatiza que el espacio estético público puede ser compartido sin ser convertido en mercancía y revela las muchas formas de vida, memoria y producción creativa que tienen lugar dentro y fuera de las fronteras nacionales, en espacios altamente visibles alrededor del Centro Pompidou pero también en sórdidos callejones en Bellevile y en colectivos artísticos en las afueras de la ciudad en Montreuil o Drancy. Al invitar a la audiencia a comprometerse emocionalmnte con una obra que está condenada a desaparecer, y al darle la oportunidad de “salvarla” a través de la memoria, la palabra y clicks del mouse pixel por pixel, Tour13 ofrece una escena de pedagogía urbana donde lo temporal no es reducido a lo olvidado.
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Imágenes: Caitlin Bruce
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