El pan del cuervo (fragmento)
Nuno Ramos
traducción de Martín Caamaño
Lección de geología
Hay una capa de polvo que recubre las cosas, protegiéndolas de nosotros. Polvo oscuro de hollín, fragmento de sal y de alga, toneladas de materia en granos que van cruzando el océano transformándose en hilachas transparentes depositadas poco a poco para preservar lo que quedó abajo. Casi nada se ha pensado respecto a este fenómeno. Se trata probablemente de una enorme operación de camuflaje, de ecualización de una señal remota que percibiríamos fácilmente en ausencia de esta montaña de pequeños agregados. Algo dentro de las cosas está siendo disfrazado, escondido a cualquier precio, e incluso hasta el extracto de roca, tierra y lava seca donde pisamos, construimos nuestras cabañas y parimos a nuestros hijos parece estar allí para envolver algo que tiende al centro. La agregación interminable de la Gravedad, de la masa cayendo sobre la masa, materia abrazando materia con apetito siempre renovado, constituye la razón más evidente de este principio. Es como si un ser primordial, pleno en una carcajada antigua, percibiera un tajo en su cuerpo o pus en sus ojos, una pelusa de color extraño en su pelo o incluso una mal formación en sus miembros. Antes de abismarse en la tristeza, avergonzado de lo que percibió, aún pudo recubrirse con lo que había a sus espaldas, levantando todo lo que dejara escapar de sí, pues hasta hace poco era parte de su cuerpo perfecto la materia de la que ahora se viste –el polvo y la tierra, el follaje y las pelusas, el fuego explosivo de las estrellas y la oscuridad congelada. La gigantesca espiral en movimiento, concéntrica, como un feto encogiéndose, con que se retrajo esta divinidad incapaz de comprenderse, de incluirse entera, enseñó al tiempo y al espacio, que hasta entonces estaban en ella, eran ella, su comportamiento básico –caída, choque, suspensión; arena, materia, enigma. Es difícil comprender cómo habrá irradiado en las cosas esta actitud de reclusión y de vergüenza. La materia, en verdad, tal vez no sea más que la expresión primera de esta fuga. En vez de la afirmación explosiva de una nada plena, toda la Física tendría por principio la negación y el ocultamiento de algo percibido, el disfraz de un defecto, la espiral protectora en torno a una identidad llena de disgusto. La expansión del universo, según este punto de vista, debería proseguir apenas hasta que el recubrimiento se cumpla, volviéndose después innecesaria. Pero si el flujo de polvo y lava en nuestro planeta continúa, si la luz se desvía en su espectro hacia el rojo, señalando el alejamiento progresivo de las estrellas ya tan alejadas, es porque el cuerpo avergonzado todavía no puede cubrirse entero. En verdad, el movimiento con que giran los gases calentados, los choques de masas polares con el aire más liviano y caliente que viene de los trópicos, la condensación de las tempestades sobre el océano, toda la sal lanzada en la atmósfera, la lucha de las mucosas y las branquias, el sufrimiento mismo de las aspiraciones humanas, dragones esparciendo lentejuelas y escamas, vidas sesgadas, pedazos de madera que naufragan, ojos que las cataratas velan, cuenca donde habitan los secretos, todo lo que quedó gris y después floreció en primavera, todo lo que el otoño ecualizó con plata y monotonía, el leve rosado del poniente, el aire que infla el pecho de alegría, en verdad parecen parte de una astucia, gestos furtivos que no comprendemos, secuelas de un cuerpo enorme y defectuoso que intenta inútilmente recubrirse, desaparecer debajo de la apariencia. El motivo de su fracaso, probablemente, se deba al hecho de que la materia de la que se recubre sea ella misma parte suya, compartiendo su decepción –ella también quiere ocultarse, reproduciendo infinitesimalmente el movimiento que debería ser restricto al carozo que le dio origen. Acaba así traicionando por mimetismo y semejanza el papel que le fue designado mientras la larga letanía de que existe, girando su rostro para adentro, neutralizando sus facciones, desfila lentamente. Tal vez sea una curiosa contradicción que aquello que tanto se esconde precise de testigos como nosotros, que lo contemplamos, lo admiramos y, encima, nos parece bonito. Pues así toda la eliminación progresiva, la nebulización periódica de lo que podría brotar en flores enloquecidas, la monotonía de un lenguaje que debería ser carne, una matemática que debería ser de troncos y de mármoles, sí, toda la laguna de posibilidades que la frágil ambición de nuestros órganos no supo realmente desear, consigue su imprimatur, su documentación en tanto necesidad –abrazamos lo que huye de nosotros, invertimos su propio disgusto y rechazo, juzgamos como perfecta la naturaleza avergonzada y defectuosa, adherimos, en fin, perdidamente y para siempre a lo que parece bello, porque nos conformamos con amar.
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Ceniza
Si el fuego viene del bosque, tenemos nuestro fuego. Si viene de adentro de una de las casas, hay tierra alrededor de ellas para evitar que se propague. Si crece en una gran choza, ojalá que la destruya. Tal vez sea un rayo que nos fulmine. Sabemos que el fuego vendrá porque todos tuvimos el mismo sueño. Una llama azul y un humo claro. El aroma dulce de la carne quemada. La huida de los sobrevivientes entre las brasas, hasta la laguna seca. Nuestra carcasa calcinada junto a la de dos leones. Después nuevos árboles creciendo, nuevas casas, la gran choza. Después el mismo sueño y la disipación nuevamente.
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Avispa
Me dijeron, fue la vecina la que habló, que vinieron tras de mí cubiertos con capuchas. Yo estaba sumergido. Revisaron toda la habitación buscando el pasaje. La habitación entera es el pasaje. El sofá hundido. Las paredes son livianas. Preferiría que me encontrasen pronto. Preferiría que esto terminara y soltasen la vieja avispa sobre mí. Ella ahora está atrapada en un tarro de glucosa, atiborrándose de comida. Me dijeron, fue la vecina la que habló, que es exactamente eso lo que van a hacer.
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Banda de la luna
La última lluvia fuerte les quitó tierra de encima. Andaban en banda. Seguían la luna. Está probado que no trasmiten nuestras dolencias, pero nos gusta el último ladrido. Hacemos jabón. Fabricamos la harina de huesos, pelo y sangre caliente. Después me lavo con eso. Eso animal. El mejor amigo del hombre huye del hombre. Permanece secándose en el asfalto con la pata floja, moribunda.
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Yo cuido de ellos
Desde que llegó la ruta yo cuido de ellos. Solo necesito una pala, un poco de cal y una bicicleta. Ni siquiera necesito pedalear mucho. Cuelgo el balde lleno de cal en el mango del manubrio. Cada mañana hay un perro nuevo. Al menos uno. Lo miro bien. A veces viene junto con unos pedazos de asfalto, piedras de alquitrán pegadas en el pelo. Intento acordarme cómo era. Anoto el tamaño, el dibujo de las manchas, el lugar donde el auto le dio y la fecha. Si alguien me viene a preguntar estoy preparado. Después lo tapo con tierra de mi jardín. Necesito desenterrar a los más antiguos y hacer lugar para los nuevos. Quiero saber sus nombres. Cuando conozco al dueño le pregunto.
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Imagen: Nuno Ramos, “Sin título” (2005). O pão do corvo fue publicado por Editorial 34.
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