“Memorias Herméticas” de Luna Paiva
Andrew Berardini
traducción de Julia Napier
A pesar de que el significado de los antiguos tótems se haya perdido, su sentido aún permanece. Una mano humana altera la naturaleza con un propósito, estas pilas antiguas marcan un sendero u honran a un dios, miden las estrellas o recuerdan una guerra. No podemos saber su motivo con certeza. Si uno se para a la sombra de un hito megalítico, sentirá su poder: una energía antigua y latente, atenuada por nuestra ignorancia pero no por eso menos poderosa. Sabemos que contiene un sentido profundo, aunque nunca sabremos precisamente cuál es. En estos hitos de piedra desparramados por el planeta descubrimos trazos de nuestros ancestros, formas simples que todavía creamos en la poca naturaleza virgen que nos queda. Es una base de comunicación y expresión a través de la materia: los principios de la escultura.
Las esculturas de Luna Paiva, aquí en exposición, se inclinan sobre su espíritu oculto y poderoso. Al igual que la tradición antigua en que se inspiran, los hitos de Paiva no revelan sus secretos fácilmente. Se pueden discernir trazos de historia humana, el juego entre las propiedades sutiles de los metales, y como se aprendió a moldearlos. Podemos sentir su presencia elevada y áspera. Pero su poder yace en sus misterios.
Fundidos en bronce, estos tótems resplandecientes asumen el aura de su material. Trabajados y moldeados, forjados hasta el fetiche, los fundidores de estatuas e ídolos prefieren el bronce por sus propiedades particulares. Compuesto de cobre y usualmente estaño, el bronce, dúctil y duradero, se expande lo justo al asentarse para llenar los detalles más finos del molde. Se puede verter en poses grandiosas y dinámicas. La terminación de la pátina puede conceder al metal cientos de colores químicos y transformar su dureza fría en una piel suave con moretones frescos y manchas de sangre; y a su vez, darle a la inmóvil estatua la ilusión de movimiento en curso y una gracia animal. El material perfecto para dar forma y homenaje a los dioses.
Los cultos han desaparecido, los ídolos profanados. De los bronces más antiguos, sólo unos pocos de los más bellos han sobrevivido. El cuerpo de un dios derretido en pos de armas y dinero. El camino de todas las religiones. Cuántos crucifijos de bronce se han fundido en el barril de un cañón, el bolsillo de un sacerdote. Pero el metal de inagotables usos persiste y se utiliza una y otra vez, adaptándose a cada nueva necesidad. Y, con la misma facilidad, se vuelve a adaptar.
El cobre, componente primario del bronce, sigue moviendo los flujos de energía de continente en continente, vinculando casa con casa y estación con estación. Portador de una luz Luciferiana, cuando se incorpora a la grilla eléctrica, este metal ilumina la vida moderna, transformando ciudades oscuras en tableros brillantes. Este poder vuelve al elemento de Afrodita esencial para la vida moderna y más de un paisaje ha sido despojado para satisfacer el deseo irreparable y goloso del mundo mecanizado. Por siempre un medio de lo que está más allá, la pura atracción de energía, imperdurable a través del tiempo y el espacio; maleable y conductivo, el cobre se adapta y transmite pero no subsiste. La lujuria que lo atraviesa se disipa en su consumación con otros metales, pero en la aleación, se da a luz al bronce poderoso y todas las expresiones que pueden concebir los artistas a través de él. El bronce perdura. El tinte marrón bruñido susurra los orígenes que hemos olvidado pero que sobreviven en esta aleación.
Mientras la historia se convierte en leyenda y mito antes de ser olvidada, permanecen algunos pocos artefactos que narran los relatos de nuestros ancestros y de nuestro origen. En estas estructuras renovadas, Luna nos invita a seguir la trayectoria misteriosa que nos trajo de entonces hasta hoy, y que quizás nos lleve más lejos aún.
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La exposición “Memorias Herméticas” puede verse en Galería SlyZmud en Buenos Aires.
Imágenes: Javier Agustín Rojas
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