Hégira
Adam Morris
Traducción de Guido Herzovich y Tiana Bakic Hayden
Los Slakers se arrastraban a lo largo de las costas, la sal en la brisa abrasando las narinas, lacerando los pómulos y el borde de los párpados, reduciendo los rostros a hueso y piel. Fuera de las hendiduras para ver, los cuerpos iban cubiertos de lona y estopa, sarga gruesa: telas recias que aislaban el ardor ambiente de la transpiración. Empujaban carretillas de trapos y arpilleras y embudos y tambores de agua turbia, que aun tibia y agitada era capaz de calmar la sed, a veces hasta de limpiar. Su sacerdocio era tan secular como el sufrimiento que los ocupaba: chorritos negruzcos en las gastadas gargantas, hirsutas y estrechas en el aire áspero y sofocado.
Eran jornaleros, eran chamanes, eran hechiceros: eso se decía de ellos. Nuevos Beduinos de la Costa Atlántica. De las zonas secas los ahuyentaban como la plaga. En el resto de los humedales inhabitables se sabían indeseables, observados con desprecio y vigilados como a rateros de fama. Se dudaba que no los trajera otra ambición, fuera de revolotear a baja presión para acopiar el rocío, la garúa, la infrecuente lluvia. Pero andaban sin horquillas de adivinación. No eran profetas ni encantadores de serpientes. Algunos habían sido evangelistas, algunos lo seguían siendo: es así. Algunos lo habían sido y ya no lo eran; ellos y su Dios se habían soltado la mano de común acuerdo. Algunos otros eran idealistas: en tiempos mejores en edad de estudiar. En el veinte o veintiuno, algunos habrían sido rebeldes codo a codo en marcha hacia la libertad, o rastas sentimentales que exigieran el fin de los diques o la guerra nuclear. Los Slakers de ambos sexos conservaban con todo las nucas prolijas, salvo la tonsura penitente ocasional. El pelo no hubiera servido más que para un engrudo de grasa y roña; pero el vello abundaba, por falta de humectación. Las navajas habían caído tiempo atrás en desgracia. Algunos Slakers habían estudiado a los hippies y algunos sabían de los Shakers, de ahí el nombre: es leyenda que los primeros Slakers seguían a una joven predicadora que se hacía llamar Mother Help. Vedándose procrear, conversos y reclutas se volvieron diestros en la abstención y la homosexualidad.
Bajo atardeceres virados al rosa y el dorado y aun al verde, extendían sus lonas a lo largo de las carreteras, afuera de las barricadas que señalan los asentamientos en derredor de las plantas de desalinización, hatos de taperas donde hormiguean los Settlers, como llaman los Slakers a aquellos que siguen atados a los dispositivos y soluciones de la así llamada civilización, los sedentarios. Y a la mañana, antes de que el sol calcinante supere la línea luminosa del horizonte y se vuelva para dividir el mar, un flujo lento de tres o cuatro Settlers abandonará la planta, avanzando como babosas jadeantes más allá del cordón, hacia el lugar donde los Slakers comienzan a arrear las arpilleras.
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Imagen:Ser Jiménez. Selección de Marisa Espínola de Espacio en Blanco. (Más)
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Andrea Durlacher
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