Revelar lo local
Los caminos de la endogamia literaria son inescrutables, y en ciertos casos no menos maravillosos. Javier Calvo, el más prolífico y virtuosamente raro de los novelistas españoles contemporáneos, es también el traductor de David Foster Wallace, J.M. Coetzee, Michael Chabon y H.G. Wells, entre otros. Aquí conversa sobre el mercado de la traducción en inglés y español con la cuentista y traductora Mara Faye Lethem. Original de Nueva York y radicada en Barcelona, Mara es la esposa de Javier, la madre de sus niños y su traductora, además de hermana de Jonathan Lethem, vertido al español por su cuñado Javier. Junto con este diálogo compartimos con ustedes un extracto de El jardín colgante, la última novela de Javier, que recibió el Premio Seix Barral Biblioteca Breve, en la traducción de Mara.
* *
Javier Calvo: El otro día vi en una lista de los libros más esperados de 2013 en Estados Unidos un libro de Alejandro Zambra, y quería preguntarte lo siguiente: ¿qué piensas de este fenómeno, que para mí es de lo más relevante que ha pasado en la edición americana en mucho tiempo? Hablo de la atención que después de Bolaño se presta a la narrativa en español. ¿Cómo has vivido este cambio, como traductora, lectora, scout, etc?
Mara Faye Lethem: ¿Lo ves tan distinto del boom? Porque yo no.
Javier Calvo: Yo sí que veo bastantes diferencias con el boom. Para empezar, considero que el boom fue mucho más una estrategia y como tal tuvo un centro. Y cuando digo estrategia, lo digo en un sentido casi de British Invasion: vamos a hacer las Américas del Norte. Aquí no veo demasiada estrategia y, de hecho, no veo cómo un editor podría esperar lucrarse con libros de Aira o de Zambra. En segundo lugar, el boom en América fue un fenómeno mucho más asimétrico, de consumo por parte del vecino rico de una serie de elementos consumibles relacionados con el exotismo y la magia.
Fíjate por ejemplo en el fracaso estrepitoso como estrategias de todas las “marcas comerciales” de exportación de literatura latinoamericana: McOndo, el Crack…
En el caso actual es cierto que Bolaño ha sido sancionado por el mundo cultural americano como el “Elegido” para reemplazar a GGM [Gabriel García Márquez] como El Gran Novelista en Español, pero también veo las diferencias: me parece que la aceptación de la nueva literatura en español ya no tiene ese componente de consumo de lo pobre, lo exótico o lo distinto. Creo que ahora ya tiene, extrañamente, cierto componente de normalidad, de aceptación de las mareas culturales de doble dirección que hay entre el español y el inglés. Aunque tal vez esto sea muy optimista.
Mara Faye Lethem: Bueno, cuándo hablan de Aira como el nuevo Bolaño, eso sí implica cierta estrategia de marketing. Yo creo que lo de Bolaño ha sido un ejemplo muy exagerado de que la realidad del mundo editorial es impredecible, y la estrategia de comprar libros en la estela de otros es ridícula, pero se mantiene. Supongo que es debido a la falta de visión y al miedo cada vez mayor al riesgo.
Supongo que yo veo el Boom de otra manera, como el momento en que todo el mundo que se las daba de culto tenía que haber leído a ciertos autores en traducción. Tal vez soy ingenua, pero yo no lo veía como colonialismo cultural, sino una oportunidad de ampliar la conversación.
En Estados Unidos siempre ha habido un interés muy limitado por la literatura en traducción, pero ha existido, véase Smilla’s Sense of Snow, Banana Yoshimoto, etc. Y creo que la literatura latinoamericana, por proximidad y por interés, ha ocupado siempre un lugar importante. Siempre teniendo en cuenta que se traduce muy, pero muy poco. Veo que los editores todavía se fían mucho de cosas como la lista de Granta para lanzarse a la piscina. Pero sí percibo un reconocimiento mayor de la pobreza de una cultura lectora que pone mucho más peso en la exportación que en la importación, eso sí. También estoy viendo a más agentes literarios del mundo anglo-sajón representando a autores extranjeros.
También veo una atmósfera distinta alrededor de la literatura en traducción, pero eso ha ido en alza paulatinamente con más pequeñas editoriales, algunas dedicadas exclusivamente a eso, y otras que son extensiones de la “globalización” y el hecho de que el mundo necesita menos intermediarios. Mira lo que lleva haciendo décadas New Directions, por ejemplo, sin mucho apoyo de las listas de bestsellers .
Javier Calvo: En todo caso, por tu trabajo, este fenómeno a tí te afecta directamente, puesto que te pilla en medio. Se habla mucho del papel del mediador cultural en relación con la traducción. Mucho más, creo yo, en el caso de los traductores del español al inglés, que tienen mucho más poder que los traductores del inglés al español, pero dime: ¿qué problemas prácticos ves en el ejercicio de esa mediación? ¿Qué malentendidos, errores o prejuicios te ves obligada a enmendar cuando trabajas con editores o periodistas de Estados Unidos?
Mara Faye Lethem: ¿Más poder en qué sentido? La diferencia que yo veo es que aquí (España) la traducción está más considerada un oficio y allí un “arte”. Las dos cosas tienen sus lados buenos y sus lados malos. Únicamente veo que el traductor tiene más poder en el sentido en que los editores anglosajones no dudan en editar una traducción como si fuese un libro inédito, cosa que no veo al revés.
Un problema práctico que estoy encontrando últimamente es que muchas novelas interesantes quedan fuera del marco “literatura internacional de prestigio” porque utilizan el género. Creo que estas fronteras de género son más un obstáculo de lo que deberían, mientras que nadie se inmuta cuando los autores literarios americanos incorporan elementos de intriga o de fantasía.
Javier Calvo: Has hablado indirectamente de la globalización y a la falta de necesidad de intermediarios. En este sentido veo dos fenómenos contrapuestos. Por un lado, una tendencia a eliminar fronteras e intermediarios. Favorecida por Internet, los proyectos culturales transnacionales y por el hecho de que la gente cada vez se mueve con mayor libertad por el mundo. Por otro lado, cuando uno intenta traspasar fronteras culturales se acaba topando con una serie de murallas invisibles pero muy sólidas.
Mara Faye Lethem: El clásico: “este libro es demasiado local”.
Javier Calvo: Por ejemplo: tú vives en España, escribes y publicas ficción en España. Yo he publicado algún relato en revistas americanas, pero esencialmente soy un escritor español. Eso significa que hay una resistencia al intercambio cultural, que posiblemente sea natural, y que todos tenemos que vencer con nuestros esfuerzos. (Si estamos interesados, claro.) ¿Cómo vives esta experiencia, desde la paradoja de ser americana, publicar traducciones en América y sin embargo tener una identidad paralela en España?
Mara Faye Lethem: Bueno, parece que aquí estás mezclando las cosas un poco. Creo que de hecho en EEUU, siendo un país de inmigrantes, hay y ha habido siempre un gran margen de aceptación de artistas venidos de fuera, Nabokov por poner un ejemplo fácil. No es tu caso. Tú nunca has vivido realmente en Estados Unidos. Pero si quisieras hacer lo que ha hecho Lila Azam Zanganeh, por ejemplo, podrías. Ambos autores usando el inglés como lengua vehicular, claro. Que tampoco es tu caso. También veo que aquí sigo siendo americana.
De hecho, en general, la globalización parece estar cambiando más el mundo econoómico que el cultural.¿A cuántos autores chinos has leído últimamente? Supongo que es más fácil importar capital que ideas. Pero eso es justo lo interesante e imprescindible de la traducción, revelar lo local. Últimamente me atrae mucho una pequeña editorial que se llama Europa Editions, justamente porque existen entre varios mundos… procedente de Italia pero basada en Nueva York e integrada por gente de varios lugares. Hasta están publicando en árabe.
En cuanto a lo personal, es una vida muy esquizofrénica. Por eso me he visto obligada a reproducir y poblar mi pequeño mundo de seres trilingües con múltiples pasaportes.
* *
de El jardín colgante, de Javier Calvo, traducción de Mara Faye Lethem
Further north, the landscape deteriorates shockingly quickly. Visibility diminishes and the air is weighted down with a strange sensation that’s not just the storm’s electricity. Muria’s rain slicker crackles and gives off static electric sparks. The forest path he pedals along is filled with the remains of dead animals, probably poisoned by the meteorite cloud in the first few hours after it hit. The only way he can continue is by pedaling with one hand on the handlebars and the other holding up the flashlight to illuminate the path. Flashes of lightning tint the atmosphere a purplish color unlike anything Muria’s ever seen before. There where the canopy of tree branches don’t allow the rain through, the flashlight shows millions of ash particles suspended in the air. Finally, after an hour of pedaling, Muria reaches the top of a hill and the Sallent Valley appears before his eyes.
The impact left a hole in the valley like a rock dropped into a cake. The crater is two kilometers long and five hundred meters wide at its deepest point. It’s hard for Muria to imagine that its steep slopes didn’t exist just three months ago. Beyond it lies the deserted town. Muria remembers having read that the earth tremor knocked down entire houses in Sallent and opened up a rift in the center of the town that swallowed several cars. Seen with his own eyes, the column of smoke that emerges from the crater doesn’t look like the column of smoke they’ve been showing on television. It looks nothing like it. Its dimensions are ancient. The darkness of the valley is the darkness of a stormy night. But it is one in the afternoon.
“Son of a bitch,” murmurs Muria.
He rolls down the hill at top speed and is about to run into a group of individuals in protective suits who walk among the tree skeletons. At the last minute he manages to throw himself and the bicycle to the ground to avoid being seen. The individuals advance in procession through the scorched landscape, in their full-body hermetic Teflon suits, with boots and rubber gloves and gas masks soldered to protective hoods. The single file accentuates the comic aspect of their duck-like gaits. The one leading the procession is carrying some sort of measuring device that looks like a microphone connected to a briefcase by a spiral cable. Muria waits for them to disappear beneath the rain and then peels himself off the ground’s black mud.
On the hot slopes of the crater, the feeling of desolation is almost unbearable. As he ascends, Muria thinks about bodies blown up by bombs. About disembodied voices. About lies. To his right, a chimney some ten meters high in the middle of the slope vomits black smoke. His rain slicker is already completely smeared in black mud. His flashlight barely manages to illuminate a few meters. On a couple of occasions Muria thinks he sees more people with Teflon suits walking beneath him, and at one point he is almost sure they’re gesturing to him. The beam from his flashlight must be visible for a radius of several kilometers. Muria continues climbing through the mud and rocks. He has no idea how long he’s been there when he makes out the second light. It is still above him but not far off. He quickens his step.
When he finally finds him, at the very edge of the crater, Daniel M. Dorcas is on his knees on the ground. His flashlight tossed a few feet away. He is wearing the same coat as always, covered in mud. His hair matted and his face completely black. Surprised, Muria realizes that his face must be black, too. He illuminates him with his flashlight beam and walks toward him. Dorcas doesn’t do anything. He doesn’t move. Muria puts a hand on his shoulder. Dorcas looks at him without surprise.
“It’s dead,” says Dorcas. And he points.
Muria dares to look inside the crater for the first time. There in the depths, after three months, the heart of the impact is still glowing. A pulsing, ashen red gleam, the gleam of geological magma.
“It didn’t come to bring us any message,” says Dorcas. “It fell because it was dead.”
Muria thinks about messages in code crossing the ether. Nothing is what it seems anymore.
“We’re alone,” says Dorcas. “It died and left us alone. Alone in the universe. What will become of us?”
Muria thinks about New Spain. He thinks about things that have died but which no one will admit have died. About things that stopped existing thousands of years ago but which continue occupying the same void, because everyone acts as if they’re still alive. Rotted things laying in wait in dark offices.
And pulling out a pack of cigarettes with muddied hands, he lights one and sits down beside Dorcas to smoke it.
* *
Imagen: Carmen Burguess
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