Tu mentiroso corazón de infiel
Carmen María Machado
traducción de Agnieszka Julia Ptak
Así es como la pierdes de Junot Díaz como texto confesional
El género confesional —ya sea que un autor desnude su propia alma como que un personaje ficcional brinde su versión particular de los hechos— cuenta con una larga tradición, desde las Confesiones de San Agustín hasta la Lolita de Nabokov. Con el espíritu de este género llega el segundo libro de cuentos de Junot Díaz, Así es como la pierdes, un conjunto de historias inteligentes e intrincadas que giran en torno a las complicaciones del amor: la infidelidad, el embarazo, matrimonios que concluyen, familias heridas, el problema de que el verdadero amor es difícil de encontrar y puede perderse para siempre, etc. El sol en este universo tan particular es Yunior (personaje del anterior libro de cuentos de Díaz, Los boys), un friki idiota cuyas dos cualidades más consistentes son la de engañar a sus novias y un imperturbable optimismo mediante el cual cree que puede salirse con la suya de cualquier situación. El primer cuento comienza con el descargo obligado de la persona que confiesa:
No soy un tipo malo. Sé cómo suena eso —defensivo, sin escrúpulos— pero no es así. Soy como todo el mundo: débil, capaz de cualquier metedura de pata, pero básicamente buena gente.
Yunior se propone probarnos esta tesis. Cada historia, ordenada emocionalmente más que cronológicamente, documenta algún aspecto del amor en la vida de Yunior: recuerdos de sus propias novias y amantes, también de la esposa de su hermano, el frío profundo de su primer invierno estadounidense y el abandono de su padre para con su madre, además de una historia desde el punto de vista de la amante del padre de Yunior. El libro termina con una floritura proustiana: en los últimos párrafos del cuento final, “Guía de amor para infieles”, nos damos cuenta de que a lo largo de todo el libro ha estado escribiendo en reacción a la separación con su prometida. No solo hemos estado observando la creación y evolución de Yunior como escritor (además de como mujeriego, pero volveremos a eso en un minuto), sino que acabamos de leer una de sus creaciones.
Así es como la pierdes es el tercer libro de Díaz. Su primer libro de cuentos, Los boys (editado originalmente en inglés como Drown), fue publicado a mediados de los noventa, y su novela La maravillosa vida breve de Óscar Wao ganó el premio Pulitzer en 2008. He leído a más de un escritor de ficción especulativa referirse a Díaz como si fuera un espía encubierto de los autores de género: escabulléndose allí, ganando el Pulitzer y a punto de tirarle a todo el mundo una novela de ciencia ficción, Monstro, por la cabeza. Como el autor, Yunior es un fanático de la ciencia ficción: hacia el final de Así es como la pierdes ha pasado de ser un adolescente que consume películas apocalípticas sin parar y con sueños sobre el fin del mundo a escribir una novela apocalíptica como adulto. Pero el género en el que Díaz parece más interesado es el confesional. Dentro de este se acurruca un antihéroe directamente salido del género negro —el querible pícaro que actúa desamparado contra una tormenta que él mismo ha creado; un personaje que trata de hacer lo correcto ocasionalmente, pero que fracasa de tal forma que cabe preguntarse si de veras lo está intentando. Incluso describe a ciertas mujeres como se esperaría que lo hiciera un detective medio borracho: en lugar de una dama vestida de rojo, ella tiene “el pelo superlargo, como las muchachas pentecostales, y un busto increíble”, o “un culo dominicano enorme que parece existir en una cuarta dimensión más allá de sus jeans”, o es una “jevita” con “una montaña de pelo a lo freestyle, como en los años ochenta”. Algunas de estas mujeres son rellenitas, están humanizadas; otras son chatas en la página, una amalgama de partes significativas de cuerpos, actos sexuales e irritación, silencio e ira.
Sí hay una gran complejidad en Yunior, sin embargo. Su tendencia a descentrar su sufrimiento es el síntoma de una infancia de mucho dolor. Su hermano es un monstruo abusivo que, no obstante, ocupa la mayor parte del tiempo de la madre hasta que muere. Su padre destruye a la familia con infidelidades y frialdad (que Yunior escriba “Otravida, Otravez,” desde el punto de vista de la amante es una pieza particularmente emotiva). En “Miss Lora”, el personaje del título es una mujer mucho mayor que Yunior, que lo seduce mientras él sale con una chica inteligente y ambiciosa que se rehúsa a entregarse, lo cual marca la evolución de un complicado hilo de infidelidades y la relación de Yunior con estas.
Tu papá y tu hermano, los dos eran tremendos sucios. Coño, si tu papá te llevaba con él cuando iba a sus pegaderas de cuernos, te dejaba en el carro mientras se lo metía a sus novias. Y tu hermano era igual, singándose a cuanta muchacha pudiera en la cama al lado de la tuya. Sucísimos, y ahora es oficial: tú eres igual. Habías tenido esperanza de que el gen te había pasado por alto, saltado una generación, pero es obvio que te estabas engañando a ti mismo.
La tristeza de este momento reside en que, dentro de lo que podría llamarse el espectro de infidelidades de Yunior, este acto es el más trágico y sobre el cual él tiene menos control. Mientras Yunior disfruta ostensiblemente de tener relaciones con Miss Lora, sus brutales sueños apocalípticos traicionan un tipo de trauma que él no puede articular de otra manera, pero el lector puede ver con claridad: Miss Lora es una depredadora sexual y lo que está sucediendo es mucho más complicado que una mera infidelidad.
Pasado ese momento, aparecen las características más encantadoras y despreciables de Yunior: lo encontramos firmemente en control de su vida, ya adulto, y se presenta como un terrible narcisista. A medida que avanzamos cronológicamente por los cuentos, engaña a cada mujer con la que tiene una relación. Cuando cada una de esas relaciones se termina, reacciona de diferentes maneras: irritación, enojo, negación, declaraciones de “amor verdadero” que suenan cada vez más ordinarias. Al momento que llegamos al último cuento, “Guía de amor para infieles”, Yunior ha engañado a su prometida con cincuenta mujeres diferentes. Y luego de ser descubierto —y es fácil: él tiene, como en sus otras transgresiones, todo documentado detalladamente—, responde con desesperación y culpa a su prometida, quien tiene el corazón destrozado.
Tratas todo truco habido y por haber para que se quede contigo. Le escribes cartas. La llevas al trabajo. Le citas a Neruda. Escribes un correo electrónico en masa en el que repudias todas las sucias con las que estuviste. Bloqueas los correos electrónicos de todas ellas. Cambias tu número telefónico. Dejas de tomar. Dejas de fumar. Te declaras adicto al sexo y comienzas a ir a mítines. Le echas la culpa a tu papá. Le echas la culpa a tu mamá. Le echas la culpa al patriarcado. Le echas la culpa a Santo Domingo. Te buscas un terapista. Cancelas tu Facebook. Le das las contraseñas de todas tus cuentas de correo electrónico. Comienzas a tomar clases de salsa como siempre habías prometido para que puedan bailar juntos. Alegas que estabas enfermo. Le aseguras que fueron momentos de debilidad —¡Fue culpa del libro! ¡Fue la presión!—, y a cada hora, como un reloj, le dices lo arrepentido que estás.
Hay algo profundamente patológico en sus acciones: aun con la persona que él desea en sus manos, siente la necesidad compulsiva de patear el tablero de la forma más peligrosa y cruel posible, llegando al exceso. (Cincuenta mujeres. Cincuenta.) Y en cada ocasión, escribe: su diario, sus cartas y sus correos electrónicos, y, a fin de cuentas, el propio texto de Así es como la pierdes, de una forma que roza lo ritual.
Hace poco, en un encuentro en Iowa, le preguntaron a Díaz cómo se sentía escribir sobre un personaje que exhibía esa “desconsideración patológica border” para con sus amantes y novias. Él objetó esa descripción señalando que el acto final de Yunior era escribir sobre todos sus crímenes —y confesarlos, si se quiere, junto con otros actos de melancolía que han salpicado su vida—, lo cual demostraría cierto tipo de empatía hacia esas mujeres. Si le importara tan poco, dijo Díaz, entonces “¿por qué da testimonio de todo lo que hace mal en las relaciones de forma tan obsesiva?”
Él está en lo cierto en que efectivamente da testimonio de forma obsesiva a lo largo de los cuentos. Después de todo, junto con muchos otros temas —la infidelidad, la diáspora dominicana, la masculinidad— se muestra la evolución de un escritor, quien de escribir su diario íntimo deviene novelista. Cada acto de escritura da cuenta de lo que él ha hecho. Pero, ¿es suficiente testimoniar en medio de esos errores reiterados? ¿No es acaso el verdadero arrepentimiento mitad confesión, mitad acción?
Su último acto de escritura, la construcción del libro en sí, está nublado por la ambigüedad en relación con su habilidad, o deseo, de cambiar el modo en que vive su vida.
En los próximos meses sigues el ritmo del trabajo, porque te da esperanza, algo como una bendición, y porque en tu corazón de cuernú mentiroso sabes que algunas veces un comienzo es todo lo que nos toca.
Y en el acto de escribir para un público —la más grandiosa de las confesiones, la más pública— consigue lo que Yunior espera que sea la redención: que sus lectores lo absuelvan del reflexionado maltrato que recibieron quienes tuvieron sexo con él. Un lector, creo, se conformaría felizmente con Así es como la pierdes como el retrato de un personaje complicado y básicamente fastidioso, un antihéroe de novela negra por quien nos sentimos bien queriéndolo pero mal al justificarlo. Pero es curioso que el autor considere que los actos de Yunior construyen el texto, sin planes de cambio, como una redención inherente, sobre todo cuando el tono de la última frase del libro es que estos actos están de alguna forma integrados en su cuerpo, y que tal vez él tendrá simplemente “comienzos” por el resto de su vida.
¿Cuál es el objetivo de escribir un libro confesional? ¿Es acaso para prevenir que otros cometan los mismos errores, como San Agustín? ¿Es para condenar a un mundo que se ha vuelto loco, como en De Profundis de Oscar Wilde? ¿O tal vez se trate de un instinto menos conciso? ¿Un Ave María, un acto de desesperación, una creencia muy arraigada de que podemos levantarnos por sobre la propia desgracia no con autocontrol o bondad o verdadero arrepentimiento, sino con la simple fuerza de la brillantez autopercibida, ante un público a quien presentársela?
La infidelidad de Yunior existe junto con las demás tragedias de su vida, en lugar de ser la evolución natural de esas tragedias. Por este motivo, no hay excusa para su comportamiento —de nuevo, ni un error de juicio, ni una debilidad humana por única vez, sino una insolencia reiterada—, pero el lector lo puede ver de todos los ángulos posibles. Lo gracioso es que Yunior se levanta por sobre sus ofensas porque lo vemos desde el comienzo, nadando de niño en la sopa de las trágicas circunstancias y de los errores ajenos; no es el acto de escribir el que lo redime de la condena por su accionar, sino el corazón generoso del lector, dispuesto a perdonarlo. Algunos lectores incluso podrán, contra su instinto de ser implacables a medida que las mujeres expulsan a Yunior de sus vidas, sentir una punzada de dolor, hasta lástima, porque su destino parece sellado, aun en la epifanía final pero comparativamente insignificante que marca las últimas hojas del libro.
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ASÍ ES COMO LA PIERDES
Junot Díaz
208 páginas. Vintage. 2013.
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Imagen: “Zebra Fell Apart” (“Cebra se deshizo”) (2009) de Rachelle Agundes
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