sobre Create Dangerously de Edwidge Danticat
Corine Tachtiris
traducción de Lucas Mertehikian
Men anpil, chay pa lou, reza un proverbio en creole haitiano: muchas manos aligeran el trabajo. Al ser la única escritora haitiana ampliamente difundida entre los lectores angloparlantes, Edwidge Danticat no tiene con quien compartir la carga de ser la portavoz de una nación, a menudo en “1500 palabras o menos”. Su recopilación de ensayos Create Dangerously: The Immigrant Artist at Work permite a los lectores hacerse una idea del increíble peso que la autora siente sobre sus hombros. El peso de estar en deuda los sacrificios hechos por su familia que le permiten a ella, hoy, escribir con relativa seguridad. El peso de la culpa por no haber vivido lo que otros sí. El peso de la duda y de las acusaciones de estar representando equivocadamente su tierra nativa. El peso de sentir que su escritura debe tratar temas profundos. Todo este peso obliga a Danticat a crear, según la frase que toma de Camus, peligrosamente:
De manera que aun cuando no estemos creando tan peligrosamente como nuestros antepasados –aun cuando no nos arriesgamos a ser torturados, apaleados, ejecutados; aun cuando el exilio no nos amenaza con el silencio perpetuo–, aun así, en algún lugar, mientras nosotros trabajamos, los cadáveres se apilan sobre las calles como basura. En algún lugar, la gente queda enterrada bajo los escombros. En algún lugar, se están cavando fosas comunes. En algún lugar, los sobrevivientes están viviendo en ciudades de carpas improvisadas y en campos de refugiados, protegiendo sus cabezas de la lluvia, cerrando los ojos, tapándose los oídos para apagar el sonido de los helicópteros de “ayuda” militar. Y aun así, muchos siguen leyendo y escribiendo, sigilosos.
El devastador terremoto en Haití de enero de 2010 al que se aquí se hace referencia es, para Danticat, la razón inmediata para crear peligrosamente, y dedica su libro de ensayos a las “doscientas mil y más” personas que, se estima, murieron en la catástrofe.
Mientras que Danticat declara que el terremoto ha cambiado Haití –así como leer y escribir sobre Haití– irrevocablemente, más de la mitad de los ensayos que aparecen en Create Dangerously fueron escritos, en realidad, antes de que el terremoto sucediera, y solo el primero y el último se ocupan, en alguna medida, de aquél. La autora dedica muchos de los ensayos restantes a brindar retratos de otros haitianos que podrían actuar como figuras públicas del país más allá de sus fronteras: el asesinado periodista radial Jean Dominique (tema del documental The Agronomist, de Jonathan Demme); Alerte Bélance, brutalmente mutilado por un grupo paramilitar durante el golpe de Estado de 1991; los escritores Marie Chauvet y J.J. Dominique (hija de Jean Dominique); Jean-Michel Basquiat (cuyo padre nació en Haití); el artista vudú Hector Hippolyte; y el fotógrafo Daniel Morel. Como sucede con el ensayo sobre Chauvet y J.J. Dominique, a veces la escritura en Create Dangerously parece deshilvanada, y un vistazo a los Agradecimientos nos indica que algunos de los ensayos que leemos aquí son el resultado de coser distintos fragmentos unos con otros –y se notan las costuras–.
Lo que puede leerse en los retratos de Danticat es una lucha entre contar una historia verdadera, convincente, y permitir que sus personajes se resguarden del escrutinio de su escritura y sus lectores. Algunos, como Bélance –que no habla ni escribe inglés, y que permitió que Phil Donahue agitara su brazo, mutilado a la altura del codo, como testimonio silencioso de los horrores perpetrados por la Junta– agradecen la oportunidad de que se narren sus historias. Otros no desean convertirse en símbolos de las luchas haitianas, como la propia tía de Danticat, Zi, quien le pide a su sobrina que no escriba acerca de la muerte de su hijo, probablemente debida al SIDA. El peso de la vocación de Danticat, sin embargo, es mayor que el de las obligaciones familiares: “el artista inmigrante es, como todos los otros artistas, un parásito, y yo necesitaba aferrarme a algo”. Incluso en el momento en que la Tía Zi le hace su pedido, Danticat ya está escribiendo, en su cabeza, el ensayo que nosotros leemos.
Es en estos momentos íntimos cuando la escritura de Danticat resulta más cautivante: cuando su misión pública se transforma en una carga privada. La empatía hacia la vulnerabilidad de Danticat vuelve al lector, a su vez, vulnerable a ser arrastrado hacia su mundo literario. Mientras que su colega haitiano Dany Laferriere argumenta que los lectores expatrian a los autores –de manera que cuando alguien lo lee en Japón, él se transforma en un escritor japonés– Danticat se pregunta si lo contrario no es también cierto: “Hoy todos somos haitianos”, declararon los periódicos cuando sucedió el terremoto. Pero en esos mismos momentos íntimos en los que Danticat nos invita a pasar, también nos recuerda con firmeza que no somos, de hecho, haitianos. Su emocionante homenaje a su primo Maxo, quien murió en el terremoto, incluye la historia de su fallido intento por conseguir asilo en los Estados Unidos, seis años antes, para él y su padre anciano. Detenido por la Seguridad Nacional, el tío de Danticat fue acusado, “mientras vomitaba por la boca y por un agujero en cuello, producto de una traqueotomía, de fingir su enfermedad”. Más tarde murió bajo arresto, y a Maxo no le concedieron asilo. En pasajes como este, Danticat crea muy peligrosamente, ganándose hábilmente nuestra simpatía y dejándonos expuestos a nuestra propia complicidad y complacencia, y pasándonos, así, algo de su carga hacia nosotros.
208 páginas. Vintage. 2011.
Imagen: “Foto oficial” de Josué Azor
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