Mario Bellatin: Dobles y Descartadas
Craig Epplin
traducción de Mariana Barreto
Y el eco es anterior a las voces que lo producen.
—Nicanor Parra
El título de la biografía de Frida Kahlo por Mario Bellatin, Las dos Fridas (2008), no sorprende, es hasta obvio; de todas sus pinturas, Bellatin escoge una cuya resonancia con su propia literatura es inconfundible. Inconfundible porque todo en su trabajo parece al mismo tiempo doblado y modificado, sus interminables autorretratos mapeando un paisaje de dispersión. El nombre Mario Bellatin, o con mayor frecuencia mario bellatin, prolifera, adscribiéndose fugazmente a cualquier tipo de cuerpo, joven o viejo, hombre o mujer. Uno de sus libros más recientes, Disecado (2011), sigue el modelo de una pintura barroca (como lo expresa acertadamente Federico Zamora), detallando un soñoliento encuentro entre el narrador y su fantasma. El libro da la sensación de un fresco expansivo de la vida literaria del autor, uno de numerosos volúmenes en los que Bellatin aparece no como una figura especular, sino simplemente como otro ser en exhibición. Su escritura pasa por un proceso similar ya que cada nuevo título parece reinterpretar a los anteriores.
En otras palabras, las copias abundan en la obra de Bellatin, aunque cada una es ligeramente distinta a su antecedente. Cada elemento actúa como una corrección o adenda a lo que vino antes, que está invariablemente vinculado a algo más. Emplea numerosas estrategias de duplicación, así como Kahlo, en esta pintura, codifica varias afinidades entre sus dos avatares: el parecido físico, la dependencia biológica, la experiencia del tacto y el casual roce de las prendas vestidas.
La pintura es una de sus más famosas. En ella, dos representaciones de la artista se toman de la mano, compartiendo tanto una banca como una arteria, sus corazones expuestos aludiendo al sustrato biológico debajo de la múltiple experiencia de vida. Sus rostros son casi iguales, con la diferencia inscripta solamente en sus respectivos vestidos: una viste un atuendo colonial, mientras que la otra usa vestimenta indígena. Dos Fridas y dos Méxicos, en otras palabras, unidas por el flujo de sangre, sangre que en última instancia se rebalsa, manchando el vestido blanco de la figura de la izquierda. Las identidades duplicadas, junto con sus excesos, señalan aquí la irreductibilidad de la cultura nacional.
Me pregunto, mirando esta imagen, qué piensa Bellatin sobre ella: si piensa acerca de la historia de México cuando la mira, o si ve la telaraña roja y venosa en la parte superior de cada corazón como una pequeña mano levantada para ahorcar al sujeto sentado impasiblemente —un signo, quizás, de los siniestros planes que nuestros cuerpos tienen finalmente para nosotros. A pesar de haber tomado prestado su título, Bellatin nunca habla acerca de la pintura ni tampoco incluye una reproducción de ella en su libro. En cambio, ésta ronda en el fondo, como el cielo nublado de la escena misma.
Esta omisión no señala una aversión a las imágenes. Una sola fotografía adorna cada página de Las dos Fridas. Estas fotos parecen haber sido envejecidas de manera artificial, un efecto logrado, nos cuenta Bellatin, utilizando una cámara de juguete de su infancia. La mayoría de estas imágenes trazan un viaje que emprendió en busca de una mujer que vive en un pequeño pueblo y vende sus mercancías en un puesto del mercado local. La mujer no es Frida Kahlo, que murió en 1954, pero podría serlo. Bellatin está dispuesto a contemplar esta posibilidad. Al menos esta es la pretensión sobre la que se funda la escritura de este libro.
Describe las circunstancias que engendran esta improbable hipótesis en las primeras páginas. Cuando la biografía fue encargada, pidió una fotografía de Kahlo, que luego hizo circular entre sus conocidos, en búsqueda de información sobre la mujer. La mayoría de encuestados vio a la emblemática pintora y respondió adecuadamente, pero uno escribió que reconocía a la mujer del puesto del mercado. Varios otros más tarde afirmaron algo parecido. La reacción de Bellatin, como él la registra, fue escéptica pero no despectiva: “La información que recibí,” escribe, “sobre la supuesta existencia de Frida Kahlo trabajando en un puesto del mercado no parecía creíble; sin embargo, estaba intrigado por la idea de que alguien pudiera seguir viviendo a pesar de su muerte.” Su viaje se funda sobre la premisa de esta posibilidad.
Leemos sobre su llegada al pequeño pueblo. Se acerca al mercado y pregunta dónde encontrar a la mujer de la foto; sus interlocutores ríen disimuladamente y le aconsejan no proceder. Cuando leí este fragmento en Las dos Fridas no pude evitar pensar en Pedro Páramo y otras narrativas de aventura. Momentos similares de presentimientos siniestros son fundamentales para estas tramas. Bellatin enfatiza este paralelo literario, escribiendo que esta travesía (literaria desde el principio) imitaba ahora “la trama ordinaria de ciertas obras literarias. Siempre parece existir un lugar intermedio donde se aconseja al viajero no continuar por su camino.” Éste es el punto donde vida y ficción se tornan indistinguibles.
A pesar de este presagio cautelar, el narrador encuentra eventualmente a la segunda Frida, la mujer que trabaja en el mercado. Está ocupada en su puesto y rodeada de ayudantes, pero él logra realizar una entrevista a través de la multitud a su alrededor. Le pregunta qué sabe de Frida Kahlo, la artista. Ella le responde con una biografía sucinta digna de Wikipedia—fechas, sucesos de vida importantes, logros profesionales, etc. Inmediatamente después de este fragmento, el más largo del libro, el narrador nos cuenta que notó que ella estaba leyendo esta lista directamente de un libro escondido en su falda, quizás un destello de la realización de la empresa encargada a Bellatin como biógrafo.
Es una repetición virtual de la dinámica implícita en el Congreso de Dobles, una exhibición organizada en 2003 por Bellatin en la que varios actores no profesionales reemplazaron a cuatro escritores mexicanos, cuya presencia había sido prometida con anticipación. Estos reemplazantes recitaron guiones memorizados, canalizando a sus avatares a la distancia. Arturo Valdivia ha mostrado —de forma brillante y juguetona— cómo el manejo de marionetas desde las sombras en esa exhibición se adhiere a las estrategias de Las dos Fridas —tanto al libro de Bellatin como, hasta cierto punto, a la pintura de Kahlo. En la medida en que la segunda Frida lee lo que sabe sobre Kahlo la pintora, nos convertimos en testigos de una escena peculiar: la presencia de Kahlo está canalizada, como por un médium, pero la fuente tangible de aquella canalización está acentuada, no disimulada.
Este momento en la narrativa reconoce que hasta este punto poco ha tratado directamente sobre Frida Kahlo, por lo menos no en el sentido convencional de la palabra sobre. Veo dos formas posibles de interpretar este gesto. Por un lado, podemos concluir que Kahlo ha servido simplemente como pretexto para que Bellatin cuente la historia de un viaje que erra no por el espacio, sino en la memoria: de ahí los extensos apartes del narrador sobre su perro, sus amigos y sus antepasados fascistas. En otras palabras, el narcisismo es inevitable. Siempre escribimos sobre nosotros mismos, y Bellatin simplemente ha hecho de este enigma el objeto de su libro. El juego de la identidad y la presencia no sería nada más que un artificio que le permite al escritor mismo convertirse en el ocupar el papel protagónico
La otra forma de entender Las dos Fridas es menos obvia, pero puede esclarecer más el trabajo, en el sentido amplio, de Bellatin como escritor. Esta segunda opción sostiene que en realidad el libro sí cumple su promesa: que es, a su manera, una biografía de Frida Kahlo, a pesar de que la mayor parte de la narrativa esté compuesta de preparaciones y tangentes, que pocas fotografías parecen tener conexión directa con Kahlo o con su mundo y que el autor siente evidente placer en dejar la mayoría de detalles biográficos comunes para las últimas páginas.
El enfoque de Bellatin, entonces, dialoga directamente con el género biográfico y su supuesto de que la vida puede ser reducida a una secuencia de eventos estrechamente ligados a los desplazamientos de un cuerpo, distribuidos cronológicamente y vueltos a contar a manera de una narrativa lineal. En este género, el nacimiento y la muerte proveen un marco de referencia para eventos familiares y profesionales; acción política y ambiciones cívicas; y el paso por varias instituciones. Sabemos, sin embargo, que la vida no tiene lugar en un vacío, por ello las mejores biografías nos permiten poner en relación un destino individual con fuerzas históricas más amplias.
Bellatin insiste en este último punto, lo amplifica, no solo en sus propias cambiantes narrativas autobiográficas diversas, sino a lo largo de toda su obra; un hilo que une a estos textos es su tendencia a llevar la noción de contexto al extremo. Para seguir con este caso, Bellatin ha decidido, en Las dos Fridas, que el rumbo místico de su amigo es de alguna manera relevante para vida de Frida Kahlo, como lo eran las creencias fascistas comunes tanto a sus propios ancestros como a un inmigrante aislado en una comunidad de México rural. Éstos son solamente dos ejemplos en un libro lleno de este tipo de apartes. Al incluir tantos hilos narrativos que no guardan relación entre sí en esta biografía, Bellatin busca borrar las líneas que separan una vida determinada de las otras y, sin su duda, de todo lo demás.
Dicho eso, la inclusión de estas historias no es del todo arbitraria. Emergen sucesivamente de un proceso que Bellatin describe al comienzo: la circulación de la fotografía inicial y el viaje que esta produce. Este proceso se convierte en una suerte de método, a través del cual Bellatin busca aproximarse a su sujeto por medio de los caminos abiertos por una manifestación de la imagen de Frida Kahlo en el presente. Este método busca desestabilizar la unidad básica de la escritura biográfica: la vida cuidadosamente delineada. En lugar de esta noción rígida, Bellatin parece proponer que una vida siempre se extiende hacia afuera, que brilla y reverbera en lugares inesperados. Un proyecto como Las dos Fridas, como mucha de la obra de Bellatin, intenta develar aquellos lugares. El fondo se convierte en el primer plano. O, para utilizar otra analogía cinematográfica, si la biografía tradicional es un filme cuidadosamente editado, Bellatin preferiría sentarse a ver las tomas descartadas.
En otras palabras, si la vida efectivamente se extiende infinitamente más allá de los límites, entonces Bellatin ve la tarea del biógrafo como aquella de escuchar los ecos súbitos y revelar los trazos subterráneos de los muertos por medio de situaciones controladas, escenarios artificiales. Esto es la biografía como séance.
Los resultados de tal operación pueden resultar banales. Pueden degenerar en el tipo de narcisismo que menciono arriba. ¿Es esta una debilidad del método de Bellatin? Quizás, aunque de repente se deba más a la tensa naturaleza del mismo impulso biográfico, basada en la escurridiza tarea de delinear una vida. Y también al hecho de que esta tarea se ha vuelto aún más intimidante en el presente, cuando nuestras semejanzas proliferan extensamente, punto que Bellatin enfatiza hacia el final de Las dos Fridas al fotografiar un par de Chuck Taylors serigrafiados con la cara de Kahlo. En esta ecología de medios, rastros de los muertos —y de los vivos— emergen con o sin la séance de la escritura.
Todo se convierte en tomas descartadas, en otras palabras. La cinta es interminable. Y partes, incluso cautivantes.
* *
Imágenes: Fotografía de Sebastián Freire; Las dos Fridas via Proyecto Kahlo.
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